Tenemos frente a nosotros dos únicas opciones: el infierno por siempre o la eternidad junto a Dios. Si nos apropiamos de la gracia divina, nos arrepentimos del pecado y decidimos caminar de la mano del Señor Jesús.

Las llamas pronto cobraron fuerza en la vivienda. Lenguas de fuego abrazaban toda la construcción y, en el interior, dos niños pequeños. El desespero reinaba alrededor. Una multitud de curiosos comenzó a llegar al lugar, pero nadie se atrevía a entrar. “Es una muerte segura”, decían.
Ana Paulina no midió las consecuencias. Con múltiples heridas que la tuvieron en la unidad de cuidados intensivos, puso a salvo a los dos pequeños. Casi un mes después murió por las lesiones. Humanamente, perdió la batalla con la muerte.
Los hechos ocurrieron en un sector popular de Barranquilla, en el norte de Colombia.
La historia nos lleva a recordar el sacrificio del Señor Jesús para traernos vida. A menos que Él hubiese muerto en la cruz, por nuestra maldad, estaríamos condenados por la eternidad.
Horas antes de ser condenado y llevado al Gólgota, se produjo la escena que describe el evangelio de Lucas:
«Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y los apóstoles se sentaron con él. Entonces les dijo: «¡Cómo he deseado comer con ustedes esta pascua, antes de que padezca! Porque yo les digo que no volveré a comerla hasta su cumplimiento en el reino de Dios.»» (Lucas 22: 14-16 | RVC)
Merecemos el infierno por nuestros pecados. Sin embargo, la gracia de Dios ofreció una salida para la condenación. Fue mediante la muerte de Jesús. Allí, en el Calvario, consumó la obra de redención.

El autor cristiano, Wilkin Van De Kamp explica lo siguiente:
“…la muerte y resurrección de Jesús marcan el punto de inflexión decisivo. Seguimos viviendo en un mundo en el que el mal causa sufrimiento, pero la victoria final se acerca. Incluso las fuerzas de las tinieblas reconocen esta realidad. Saben que Jesús volverá para enderezarlo todo y, cuando lo haga, el mal y la muerte serán completamente derrotados.”
La gracia de Dios es para todos. Sin embargo, Dios no nos obliga a acogernos a esa gracia perdonadora. La decisión la tomamos usted y yo. Está en nuestras manos.
Tenemos frente a nosotros dos únicas opciones: el infierno por siempre o la eternidad junto a Dios. Si nos apropiamos de la gracia divina, nos arrepentimos del pecado y decidimos caminar de la mano del Señor Jesús.
Es cierto, las obras no son las que salvan, pero una vez perdonados, sabemos que Dios lo hizo por amor y, sin duda, por el amor que Él nos tiene, decidimos cambiar nuestro rumbo.
© Fernando Alexis Jiménez | @RevistaVidaFamiliar